Hoy mas que hablar de un tema en particular, les comparto un cuento que escribí hace unos días, a ver qué les parece. Si les gusta o no, estaría bueno conocer sus constructivos comentarios. Obvio, ojalá que les parezca aceptable.
Saludos,
i.
UN VECINO RUIDOSO
Israel Pérez Correa. Septiembre 16, 2024
Eran cerca de las seis de la tarde cuando Carmelo regresó a casa. Como cada tarde desde el accidente de Enrique en el que rodó por las escaleras y se rompió las caderas, Carmelo salía solo a su caminata vespertina que duraba alrededor de treinta minutos o seis rondas al circuito del parque, más el trayecto de ida y regreso a casa. A la vuelta Carmelo saciaba su sed bebiendo una buena cantidad de agua.
Aquel día antes de salir, Carmelo advirtió que Enrique miraba la televisión desde el sillón de la sala de estar. Al volver escuchó el ruido de la transmisión y asumió que Enrique estaba ahí por lo que tras refrescarse se echó directamente en su cama a disfrutar de una buena y merecida siesta.
Un rato más tarde los sonidos incesantes de Benito que vivía en la casa adyacente lo sacudieron de su sueño profundo. Desde hacía tiempo que Carmelo sentía cierto rechazo por Benito, quien se había instalado en la casa vecina un par de años atrás, pues no era extraño que los ruidos de éste rompieran su paz, además había escuchado decir a Enrique que se trataba de alguien egoísta, solitario y traicionero y con tal perfil a Carmelo se le quitaban siquiera las ganas de asomarse a verlo; más bien, prefería esconderse cuando notaba que Benito desde la ventana o la barda de su casa se asomaba al patio donde Carmelo gustaba de tomar el sol o jugar con su pelota.
Benito por su lado, no tenía los prejuicios de Carmelo. Desde que se había mudado a vivir ahí con Cleotilde había advertido la presencia de Carmelo y por eso cada vez que tenía oportunidad echaba un vistazo al jardín contiguo buscando tener algún tipo de acercamiento o entendimiento con el vecino de la dorada melena, pero por más que buscaba llamar su atención, aquél siempre fingía, se hacía de oídos sordos y regresaba a casa dejando abandonada la pelota en el jardín.
Desesperado por los ruidos de Benito que no lo dejaban más descansar, Carmelo bajó las escaleras en busca de Enrique con la clara intención de hacerle saber que las tripas le estaban rugiendo y que era hora de servir la cena, sin embargo observó que Enrique continuaba en el sillón y ya la televisión sólo hacía un ruido uniforme. Se acercó a despertarlo, lo tocó, le hizo ruido directo en los oídos, lo besó, se le sentó en el regazo, pero Enrique no reaccionó. Carmelo no tardó en entender que Enrique no despertaría. Desesperado hizo todo el ruido que pudo y vencido se dejó caer a sus pies y lloró como jamás había llorado, como llora un niño desolado; la tristeza que lo invadía era un sentimiento que jamás había sentido en sus doce años de vida. Para él, Enrique era su mundo, su amigo, quien lo cuidaba, le daba de comer, lo cobijaba, le llevaba pelotas nuevas, lo mimaba, lo llenaba de besos, lo peinaba cuando los rulos dorados se le enredaban. Enrique era la representación del amor que él conocía.
Del otro lado de la barda, Benito no tardó en escuchar el llanto ahogado de Carmelo que se escuchaba desgarrador, intuyó entonces que su vecino no estaba bien, así que sin importar que Cleotilde le tuviera prohibido salir de noche, salió por la ventana para no ser visto, rodeó el balcón y brinco con precaución la barda para llegar al jardín vecino, caminó con sigilo pues sabía que estaba en territorio ajeno y había oído decir a Cleotilde que cada quien tiene su casa y que uno no debe de husmear en los patios ajenos ni meter las narices en donde no se les llama.
Al tiempo que escuchaba el llanto de Carmelo más cercano, advirtió que la puerta estaba abierta, entró andando lento y no lejos de donde estaba miró a Carmelo abrazado a lo que supuso serían las piernas de alguien querido.
Benito había conocido la muerte desde muy pequeño, cuando su madre murió al dar a luz. Fue un embarazo múltiple y tres de sus cuatro hermanos murieron a los pocos días y aunque Benito no los conoció, sí se le tatuó en el corazón la sensación de ausencia, un sentimiento de vacío que se incrementó y se volvió indeleble cuando al poco tiempo su hermano, el único que había sobrevivido fue apartado de su lado y no lo volvió a ver. Sólo Cleotilde con su cariño y sus mimos lo había hecho sentir querido y por eso Benito entendía muy bien lo que Carmelo debía sentir en ese momento. No importaba que apenas lo conociera a la distancia, Benito le había tomado afecto sólo de mirarlo jugar con su pelota corriendo radiante y lleno de brío por el jardín.
Benito caminó con cautela hacía Carmelo, éste lo advirtió pero apenas se inmutó, siguió llorado desconsolado, Benito recargó su cabeza sobre el lomo de Carmelo, después sin timidez lamió desesperadamente su cara brindándole todo el amor que podía brindarle, maulló brevemente, Carmelo ladró con la voz rota, dos veces, fueron ladridos cortos. Benito se echó junto a él y lo mimó todo lo que pudo.
Desde entonces, Benito y Carmelo viven juntos en el jardín contiguo. Juntos juegan a la pelota y ahora es Benito quien a compaña a Carmelo en sus paseos por el parque al atardecer. A los dos los consiente y los cuida Cleotilde y ellos dos, la lamen, la besan y le hacen llegar la pelota para que juegue con ellos.
Me gusto mucho Israel; nunca imaginé que se tratara de dos perros y mucho menos que le regalaras a tu cuento un final de ternura y amistad que fielmente dibuja tu cuento.
Enhorabuena
Muy bueno tu cuento! Pues aunque supuse antes del final que se trataba de un perro, tu no lo revelas hasta casi el final.
Me gustó! Felicidades!!