La primera vez que escuché hablar de ella, era yo un niño, me llegó la noticia de oídas. Sabía ya entonces que no se trataba de una buenaventura o novedad que diera alegría, pero la distancia era la suficiente como para que el hecho sacudiera mi paz; a lo más, me obligó a salir de mi zona de confort por unos minutos. El afectado era una persona cercana con quien yo guardaba distancia y cierto recelo, y la situación me obligaba a realizar una llamada cordial de esas que siempre generan alguna incomodidad. Al final capoteé al toro como pude y salí al paso. Antes del día siguiente el problema, en mi cabeza, ya no tenía la mínima importancia.
La segunda vez que supe de su llegada, no puedo afirmar que había crecido, si bien en estricto sentido era yo un adolescente, la verdad es que seguía siendo un niño que de vez en cuando jugaba a ser mayor pero que más bien disfrutaba de acurrucarse al centro de la cama rodeado de la familia para cenar y ver la televisión. Un abrazo aquí, una sonrisa allá, chiquearme un tanto aquí un tanto allá…
Fue entonces, al tiempo que gozábamos de risas y exquisitos manjares, que la muy hija de puta apareció, sin aviso; no hubo una llamada previa que nos permitiese flanquear el frente, ni un timbrazo a la puerta para alinearnos, vamos, un gesto de educación habitual como los que uno tiene cuando osa irrumpir en la casa de alguien. No hubo señales de alerta, sencillamente se plantó con descaro y sin pena, desenvaino la hoz y con precisión quirúrgica se llevó a una de las personas que yo más quería en este mundo y así atascándose sin respeto alguno, al llevarse al pilar de la familia, se embolsó también la vida como la conocíamos, nos embargó la felicidad y la paz, girándonos sendos pagarés para liberarnos las sonrisas y las alegrías.
¿Quién contrata a esta infeliz?, ¿quién fue el malévolo abogado que le redactó su contrato? todo lo puede, goza de todas las facultades, se le asignaron todos los derechos y no se le impuso obligación alguna. ¿Qué clase de acuerdo es ese, en el que todos somos su contraparte e inevitablemente resultamos jodidos?
Cuando uno nace y llega a este mundo se requieren de ciertas tareas previas que comienzan (habitualmente) por un acto de gozo llevado a cabo por los padres, después hay un largo periodo de nueve meses en el que se formaliza la operación, de modo tal que el bien tiene tiempo de afianzarse e irse capitalizando y los acreedores cuentan con tiempo suficiente para preparar la empresa, engrosar las arcas, hacer los cambios necesarios, llevar a cabo los preparativos, fijar nuevas reglas, hacerse a la idea, planificar las novedosas mecánicas y llenar con víveres el almacén de las emociones, menguar los miedos y darle su alimento vital a las ilusiones. En cambio, cuando llega la muerte, no hay cláusula que establezca condiciones de previo aviso, no hay una línea que establezca las reglas para las notificaciones y ni siquiera hay fecha cierta para llevar a cabo el acto; la muerte sencillamente decide de mutuo propio sobre la rescisión y la terminación anticipada. Tampoco hay penas convencionales, ni resarcimiento de daños. La muerte a diestra y siniestra va sentenciando y no hay quien pague los daños consecuenciales. ¿Qué clase de acuerdo es ese?
Este acto unilateral circunscrito a un contrato de adhesión que se nos impone al nacer debiera estar afectado de nulidad por violar todas y cada una de las garantías constitucionales, pues claramente nos deja en estado de indefensión ante una tirana que nada conoce de empatía, equidad, justicia o bienestar social. ¡Exijo una reforma urgente a la ley dictatorial que constituye la muerte!
Hoy se cumplen 29 años de aquél 18 de octubre y entiendo que sigo sin perdonarle la callanada y la falta de cordialidad. ¿qué costaba una noticia previa, un citatorio?
Supongo que su apretada agenda no se lo permite, pues actos de despedida existen en todo el mundo a cada segundo, algunos se constituyen con cierta tranquilidad, otros arrancan mucho más que la suerte principal. Al final todo pasa y a todo se acostumbra uno gracias a las caricias y las pomadas sanadoras del tiempo, aunque la cicatriz no desaparezca.
Tras mi primera interacción real con la muerte, lo que más me sorprendió fue mirar cómo la gente continuaba con su vida tan normal. Me llevó mucho tiempo asimilar como era posible que cuando para mí se había apagado el sol, éste siguiera iluminando el día de todos y cada uno de aquellos que yo miraba sonrientes por la calle. Estoy seguro que al pasar de los años, yo he sido uno de esos sonrientes que es observado por quien se le está desmoronando el mundo y no puede entender el porqué de mi sonrisa. Quizá de hecho la odie. Ojalá que si esto pasa de nuevo, tenga yo la dicha de regalarle un gesto de paz y solidaridad a quien esté pasando por tan amargo momento.
Te extraño…
Isra, la description de la odiada muerte no podia haber sido mejor.,muchas gracias por tus sabias palabras, todos estabamos en nuestro propio duelo, y yo no podia ver el de nadie mas. Ahora que la desgraciada se llevo al amor de mi vida comprendo mas a tu Tita. Te quiero mucho .
Nunca pensé que en la felicidad que te da el recuerdo hubiera también tanta tristeza.
M. Benedetti
Vibrante alegoría y espléndida manera de recordar a quien fue un gigante que te abrazo y cobijó en ese primer tramo de vida.
Cuanto orgullo ha de sentir, mejor dicho siente, ahora que ve en ti lo que el siempre quiso que fueras, un HOMBRE en toda la extensión de la palabra, como hijo, cómo padre, cómo esposo y sobretodo con un corazón tan grande que está lleno del amor que te sigue dando.