Hay madres que son extraordinarias. Sí, ya sé que para cada uno de nosotros, en términos generales, nuestra madre es extraordinaria, pero en verdad hay algunas que se vuelan la barda, algunas que sobresalen del resto. Todas las mamás (o casi todas) a la luz de los ojos de sus críos son las mejores madres del mundo, pero yo creo que si analizamos el punto con objetividad y hacemos a un lado el amor natural que uno siente por su madre y nos quitamos el abrigo de la idealización, entonces podremos ver que quizá nuestras madres son fantásticas pero no extraordinarias.
No obstante lo anterior, hay madres que sí son extraordinarias, fantásticas, increíbles, hermosas y únicas.
No me refiero sólo a las madres que trabajan y que por circunstancias les ha tocado jugar de los dos lados de la cancha, ponerse la cachucha de papá y mamá, lo cual desde luego es loable y sumamente admirable, pero voy más allá de eso. En las circunstancias que lo ameritan usar ambas cachuchas usualmente no es un tema opcional, así que se hace lo que debe hacerse, me refiero más a las acciones y a las omisiones que las madres extraordinarias hacen y que no son consecuencia de la obligación, aquellas cosas que no se hacen por mandato sino como consecuencia del amor infinito que sienten por sus hijos, no hablo del dinero, del sustento o de lo material, hablo de, como diría el Principito, lo que es invisible a los ojos; lo esencial.
Para mí, una madre extraordinaria, es aquella que tiene la sapiencia de otorgarle a sus hijos lo que estos necesitan en cada momento de su desarrollo, de su madurez y de su vida; una madre cuya sabiduría les permite de forma natural, guiadas tan solo por su amor infinito, su transparencia y su total ausencia de ego respecto de sus hijos, enseñarles, mostrarles, guiarles, acompañarles o contemplarles, según se requiera en cada una de las etapas que estos vivan, de modo que simbolicen fuerza y autoridad cuando deban de hacerlo y simbolicen ternura, consejo, hombro, oído y soporte cuando sus hijos lo requieran; sin preguntar, su instinto y su amor es tan grande que saben cuando deben de apretar, cuando hay que corregir, cuando hay que soltar, cuando hay solo que apoyar, cuando hay que quedarse calladas, cuando y en qué modo se necesita un “estás mal” o un “piensa mejor lo que estás haciendo” o un “necesitas pedir perdón” y cuándo y en qué modo tan solo se requiere un “aquí estoy”, un “cómo estás”, un “te amo”, un “te extraño” o una mano puesta sobre tus palmas y un silencio.
Una madre extraordinaria no es aquella que nunca se equivoca, ni aquella que deja de vivir para que los hijos tengan un poquito más, no es aquella que se olvida de sí misma, para mí una madre increíble, es aquella que se permite equivocarse pues se reconoce en el camino aprendiendo y experimentando, pero que esos errores los comete por el amor que siente a sus hijos o bien porque son parte del camino (cuando los errores conciernen a su propia vida), pero que cuando éstos suceden y las repercusiones tocan a los hijos, sabe reconocer, sabe pedir perdón, sin orgullo, sin egos, sin justificaciones o frases aminorando o compartiendo la culpa, con amor y nada más.
Para mí una madre extraordinaria es aquella que hace lo mejor que puede con las herramientas que tiene, es la que no importa si sus circunstancias le brindan una tuerca y dos tornillos, pone esa tuerca y esos tornillos en favor conjunto de ella y de sus hijos para fortalecer la seguridad emocional de sus pequeños y engrandecer el sentimiento de pertenencia y amor que solo el lazo familiar, de sangre y unión entre una madre y un hijo (a) puede ver nacer y solo el amor y la dedicación de una madre extraordinaria puede hacer florecer y mantener. Una semilla particular que no toca sembrar ni regar a los hijos, ni a los padres, ni a los abuelos, ni a los hermanos ni a uno mismo, esa semilla que sólo las madres tienen el poder de generar y de hacer crecer, una semilla fundamental para crecer y vivir en paz.
Casi todos los que somos padres procuramos, con nuestros respectivos errores y omisiones, ser lo mejor que podemos para nuestros hijos y sí, en ese camino de paternidad, nuestros hijos como nosotros en nuestro papel de hijos, recordamos y recordaremos a lo largo de nuestras vidas momentos de risas, de gozo, de alegrías, de viajes, de momentos compartidos con nuestros padres, pero al final los momentos específicos, los días, los momentos, terminan borrándose en la mayoría de los casos. Rescatamos unos cuantos hasta el final, los que más nos marcaron, a veces entre los recuerdos por ahí también sobrevive algún recuerdo no tan grato, pero lo que más permanece, más allá de los recuerdos específicos son las emociones, esas se quedan para siempre, no importa si podemos ligar la emoción a un momento determinado, es la emoción, el sentimiento de sentirse y saberse amado, apoyado, soportado, la fuerza que subsiste en nuestros corazones cuando la vida avanza, cuando la estabilidad emocional se vuelve fundamental para sobrevivir al trajín de la vida, para elegir con sapiencia, para no sucumbir a la adversidad, para no permanecer en la tentación de lo efímero.
Para mí, una madre extraordinaria es eso, aquella que con un granito cada día de la vida va construyendo una montaña de amor infinito en el interior de sus hijos, de modo tal que no importa si hay regaños o no, si hay dinero o no, si hay permisos o no, si hay distancia física o no, esa montaña vive en el interior de los hijos y todo el tiempo está iluminada comunicando un mensaje de certeza en el interior, certeza de que uno es amado incondicionalmente; y señores, del noventa y nueve punto nueve por ciento de las cosas que pudiéramos enumerar se puede prescindir, pero saberse amado incondicionalmente y aprender a amar así, por imitación, es la bendición más grande del mundo, y probablemente la única que se necesite para salir avante de los retos de la vida, pues la seguridad emocional es un arma que brinda una ventaja inconmensurable.
Hoy es cumpleaños de mi madre y créanme, es una madre extraordinaria, así que sírvanse felicitándola.
Gracias mamá.
Y miren si seré bendecido, puedo afirmar que mis hijos corrieron la misma suerte que la mía. ¿Se puede pedir algo más?
Gracias a todas esas madres que son extraordinarias.
Hasta aquí.
Saludos y excelente tarde de martes.
Que bella forma de describir lo que es una madre extraordinaria! Y que bendecidos son tú y tus hijos al contar con una.
Genial, de una gran madre un gran hijo. Aspiro a ser como tu en todo.