Me adentré en esta historia mientras releía la trilogía de Nueva York, de Paul Auster. Por alguna razón desconocida no llamó mi atención antes, pero esta vez me entretuve en ella y me puse a inverstigar si era ficción o realidad. Lo que fui encontrando poco a poco me llamaba más y me hundía más en la historia como una finísima arena movediza.
En efecto, la casa de 2 hectareas construida de forma sempiterna durante la vida de Sara Winchester en San José, California, es una historia totalmente verídica. Durante 38 años y trabajando en 3 turnos de 8 horas cada uno, un séquito de carpinteros y albañiles construian algo que a veces no tenía sentido pues la casa tenía escaleras que no llevaban a ningún sitio, o que llevaban a una ventana, puertas sin acceso a nada, habitaciones secretas o tapancos sellados.
Sara Winchester estuvo casada durante 10 años con William Wirt Winchester, que era rico y famoso por tener una de las empresas de fabricación de armas más importantes de la época, la “Winchester repeating arms company”. Cuando William fallece, el 07 de marzo de 1881 en la ciudad de Connecticut, la viuda en su intento por retenerlo de algún modo, cae en las manos de una medium ó psíquica, probablemente tratando de contactar a su difunto marido, que le da una sentencia que cambiaría su vida para siempre: “las almas de todos los muertos por culpa de las armas que vendió la compañía por la que tienes dinero, te perseguirán por siempre”. Imaginen la cantidad de muertos que sentía tener a cuestas la pobre viuda, pues aquellos rifles Winchester fueron sin duda los más usados durante la guerra de Secesión en los Estados Unidos.
La vida de Sara entonces se convirtió en un tratar de huir de aquellas almas en pena. Para eso se le ocurrió que si la casa estaba en constante construcción, no le daría tiempo a ningún fantasma de instalarse en ella o que si no dormía en el mismo cuarto todas las noches, los entes penantes, desorientados, no la encontrarían, o que si la casa tenía 10 ó 20 cuartos, no sabrían en donde buscarla y así esquivaría su sed de venganza. Finalmente la casa tenía, al momento de la muerte de Sarah, 161 habitaciones, 467 puertas, 47 chimeneas, 10,000 páneles de vidrio, 40 escaleras, 2 sótanos y 3 elevadores. Parece una locura, pero la historia es totalmente real.
Sara Lockwood Pardee o Sara Winchester como es más conocida, nació un 01 de Septiembre de 1839 en New Heaven, Connecticut, aunque su vida parece tener poco o nada que ver con el cielo. A los 20 años se casó con el rico heredero William y tras varios años de matrimonio al fin nació su ansiada hija Annie, pero ésta moriría un mes después de marasmo, una extraña enfermedad que se atribuía a una alimentación deficiente. Después, en 1880 fallece su suegro y un año más adelante su marido también moriría luego de una terrible agonía a causa de la tuberculosis.
A pesar de haber recibido una herencia superior a los 20 millones de dólares, más el 50% de la empresa de armas Winchester, que era una barbaridad para la época y la convertían en una de las mujeres más ricas del mundo, ella nunca se recuperaría de estas penas y pasaría el resto de su vida en una soledad culposa y atormentada por sus crueles y obstinados pensamientos.
Con el tiempo las órdenes que Sara daba a los trabajadores se fueron volviendo inconexas o incluso hasta disparatadas. Tenía una obsesión extraña con el cabalístico número 13 que hacía repetir constantemente, ya fuera en el número de escaleras, en los clavos para una puerta o en la cantidad de páneles o ventanas.
Otra de las excentricidades que se cuentan era que la viuda de Winchester realizaba constantemente sesiones de espiritismo en una pequeña torre de la casa, conocida hoy por hoy como “El sombrero de la bruja”. Después de estas inmediatamente entregaba al maestro de obra un cambio en los planos de la construcción -lo que hace suponer que sentía recibir órdenes durante ellas o quizá tenía visiones de cómo continuar aquella casa- dejando muchas veces a medias, cuartos, escaleras o balcones. Sarah fue, sin embargo, una mujer culta según relatan sus contemporáneos y lo que sí, es que siempre vistió de negro, hiciera frío o calor, fuera primavera o invierno, noche o día y el luto que mostraba por fuera, lo tenía también por dentro.
La casa fue declarada monumento nacional después de su muerte, se puede visitar y explorar sus recovecos y pasadizos, sus ventanas que dan a una pared o los sótanos acondicionados para vivir allí. Hay incluso visitas guiadas donde se hace hincapié en no salir nunca del camino trazado en el piso ya que fácilmente podrían perderse y no encontrar la salida. O quizá, porqué no, toparse con un espíritu ancestral que pena por su alma maldita para siempre.
Dicen que la casa llegó a tener 7 pisos de altura y que la idea original de Sarah no era la barroca y entrincada construcción que hoy vemos, sino una especie de Torre de Babel, pero el tremendo terremoto de la falla de San Andrés en 1906 y que afectó particularmente a California, echó a tierra buena parte de la construcción. Sarah decidió entonces expandirse horizontal y no verticalmente por si llegaba otro terremoto.
También dicen que en el fondo estaba su enorme gusto por la carpintería que heredó de su padre; o que era un excéntrico experimento de una aficionada a la arquitectura. Esto es lo que dice Mary Jo Ignoffo, la biógrafa de Sarah en su libro titulado “la cautiva del laberinto”, que trata de desmitificar un poco esta historia. Lo cierto es que hay muchas preguntas cuya respuesta jamás sabremos con certeza.
Otra de las leyendas atribuídas a Sarah y que parece que fue real también, es que tenía una gran casa flotante en la bahía de San Francisco, conocida como el Arca de Sarah y que durante largos períodos se mantenía en ella ante el temor de un segundo diluvio, como el acaecido a Noé en el antiguo testamento y la cual fue destruída en un extraño incendio.
Sarah falleció de una insuficiencia cardíaca mientras dormía, el 05 de septiembre de 1922.
A Sarah jamás se le vió departiendo fuera de su casa.
Ojalá que la viuda de Winchester haya encontrado al fin la paz en el lugar en el que esté hoy y no tenga que sentir que la persiguen y que debe ocultarse de sí misma para siempre.
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Imagino la casa de Sarah como lo sintió Moisés Elias Fuentes en algunas líneas de su poema “El muro de Berlín”
“un lugar en el que se camina a ciegas por escaleras y pasillos, condenadas a morir sin encuentros ni salidas, donde toda empieza y nada termina y para no perderse lo andado se desanda“