¿Qué otra cosa es el hombre sino memoria de sí mismo?
Juan José Arreola
De entre los escritores mexicanos del siglo XX, cuya lista no sólo es larga sino de primerísimo nivel, he de confesar que siempre he tenido predilección por dos o tres cuyos nombres no figuran en lo más alto del firmamento como Octavio Paz, Carlos Fuentes o Juan Rulfo, a quienes sin duda admiro, respeto y he leído. Me refiero a plumas un poco más discretas pero no por ello menos valiosas, como las de Salvador Elizondo, Efraín Huerta o el llamado “último juglar”, el peculiar y carismático Juan José Arreola cuyos cuentos y relatos conocí de muy joven y me han dejado una huella indeleble.
Arreola era un conversador perspicaz, con un acervo verbal que le permitía elucubrar los argumentos más simpáticos, extravagantes o profundos que nuestra patria tenga memoria, quizá solo comparable con Carlos Monsiváis o Alfonso Reyes. Para quien no lo conozca le recomiendo ampliamente, además por supuesto de sus libros de entre los cuales destacaría “Confabulario” y “La Feria”, echar una ojeada a Youtube y ver alguna sus múltiples entrevistas o mesas de diálogo con personajes de la talla de Jorge Luis Borges, evitando por supuesto el viral episodio con Thalía en un programa de Verónica Castro.
El oriundo de Zapotlán el Grande, autodidacta y sobreviviente a la desgracia cristera que azotó gran parte del estado de Jalisco merece una entrega aparte para abordar, allende su obra literaria, su profundo amor por temas como el teatro, el ajedrez o su narrativa oral de artista ambulante cuyo carisma y conocimiento le hacían siempre tener una audiencia atenta y en muchas ocasiones boquiabierta.
Les comparto aquí uno de sus cuentos breves llamado “La migala” que, junto con “El guardagujas” con quien tengo una cuestión personal ya que fue leyendo esta compleja historia de una estación donde los trenes nunca pasan, que tuve un extraño episodio que hoy, a casi 30 años de distancia, podría calificar como una profunda crisis de ansiedad que duró, en su parte más álgida, algunas 6 semanas. Pero esa harina es de otro costal que algún día traeré.
Vayamos pues con este pequeño arácnido, esa flor zoológica y triste, ese tremendo surtidor de miedo como dijera Eduardo Lizalde y la pluma impecable del maestro Arreola:
La Migala
La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.
El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.
Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.
La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.
Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la araña sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.
Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.
Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.
Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero.
Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.
Juan José Arreola
J J Arreola el último juglar así llamado por Orso su hijo, descrito como el dueño de los secretos del cuento y a quien pude ver y escuchar en varias ocasiones y del que Benito escogió y transcribió la historia de “La Migala”, que no es su mejor cuento pero que refleja su obsesión por lo absurdo y su magistral manejo de la lengua; ejemplo de ello son los renglones que siguen:
“…con la certeza de mi muerte aplazada, en las horas más agudas del insomnio cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala”
Cómo siempre impecable narrativa, mil gracias Benito.
J J Arreola el último juglar así llamado por Orso su hijo, descrito como el dueño de los secretos del cuento y a quien pude ver y escuchar en varias ocasiones y del que Benito escogió y transcribió la historia de “La Migala”, que no es su mejor cuento pero que refleja su obsesión por lo absurdo y su magistral manejo de la lengua; ejemplo de ello son los renglones que siguen:
“…en las horas más agudas del insomnio cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala”
Cómo siempre impecable narrativa, mil gracias Benito.