Se terminaron los días de descanso y dos sentimientos son los que me invaden; El primero, es el natural desencanto de que las horas de paseo, descanso, risas, asombro, calidez y complicidad con las obligaciones puestas en reposo han concluido y toca volver al ruedo a hacernos cargo de la rutina, que a veces tanto se extraña, las funciones, los pendientes, a la construcción metódica de lo que se convierte en nuestra aportación puesta al servicio de la resolución de obligaciones, derechos, o intereses ajenos; El segundo, tan natural también cuando el gozo de la vida florece en el jardín de lo cotidiano, es aquél cercano al desasosiego de sentarse de nueva cuenta ante la pantalla en blanco y escribir para compartir los temas de interés.
El periplo fue largo y enriquecedor, ahora de nuevo en casa, procuro poco a poco ir recordando aquellos elementos, paisajes, construcciones e historias que mas asombro me causaron y que quisiera conservar en la capa superficial de la memoria, aquella que puede develarse de forma automática, no muy oculta entre miles de recuerdos y montones de información acumulada. Lo primero que me viene a la mente es San Bartolomé.
Bartolomé, también identificado como Natanael en el Evangelio de Juan y a quien siempre se le ubica junto a Felipe, fue uno de los discípulos a los que Jesús se apareció en el Mar de Tiberiades después de su resurrección. Natanael o Bartolomé era un pescador de Caná que conocía bien Nazaret. Cuando Felipe le habló de Jesús nazareno y Natanael le respondió con mucha ironía si acaso del pobre pueblo de Nazaret habría podido salir algo bueno, Felipe lo invitó a tener su propio encuentro personal con Jesús. Bartolomé accedió y fue a buscar al señor, pero, cuando lo encontró, fue Jesús quien lo sorprendió al decirle que antes de que Felipe lo hubiera llamado, había sido Él quien ya sabía que Bartolomé era "un israelita sincero y sin doblez"
De igual modo, en los Hechos de los Apóstoles, se dice que tras la muerte y resurrección de Jesús, los discípulos se reunieron en oración junto con María y otras mujeres, entre ellos estaba Bartolomé, quien se trasladó a Jerusalén desde el monte de los Olivos para orar junto a los demás.
Las fuentes históricas concluyen aquí, pero según la tradición, Bartolomé se marchó a predicar el evangelio a la regiones orientales, yendo desde Mesopotamia hasta la India, donde se dice dejó una copia del Evangelio de Mateo en arameo, lo que lo hace el santo patrono del cristianismo en esta región.
Según la tradición o el mito, el martirio y muerte de Bartolomé son atribuidos a Astiages, rey de Armenia. Resulta que Bartolomé convirtió a mucha gente al cristianismo, entre ellos a Polimio, hermano de Astiages y este movimiento evangelizador tuvo como consecuencia que los seguidores de los templos paganos fueran a la baja, lo que generó el enfado de sus sacerdotes quienes se quejaron con Astiages; éste, en respuesta, ordenó a Bartolomé, como lo había hecho antes con Polimio, que adorara a sus ídolos, pero la fe de Bartolomé no era endeble y se negó a la petición del rey, por lo que éste ordenó que fuera desollado vivo en su presencia hasta que renunciase a su Dios o muriese.
Tras haber visto miles de esculturas, tan solo en la fachada del Duomo de Milán, ingresamos a éste, la luz se volvió tenue y al fondo del transepto derecho del Duomo vislumbramos la escultura de San Bartolomé. Al inicio, preso de la ignorancia, lo primero que pensé fue en la extrañeza de la figura que más que paz, iluminación o santidad reflejaba una oscuridad singular que bien podría encarnar a cualquier ente mitológico o perteneciente al lado oscuro de algún relato fantástico. El detalle de los músculos, venas y algunos tejidos era supremo, al acercarnos, la frialdad, la pena, el dolor y la tristeza manifestadas en aquél rostro se volvieron latentes. Tuve que leer de quien se trataba para descubrir que era el mismo Bartolomé desollado aquel que entonces nos recibía esculpido en mármol.
Sobre sus hombros y colgando hasta el suelo, lo que parece su túnica, no es más que su piel que le fue desprendida del cuerpo como parte de su martirio. La autoría de la obra corresponde al escultor italiano Marco D'Agrate (1504-1574), y fue realizada en el año 1562. Bartolomé es patrono de los oficios relacionados con los cuchillos, tales como tales como carniceros, zapateros, o encuadernadores. Amén de su piel desollada, su atributo principal, es el cuchillo del martirio.
De San Bartolomé existen un sin fin de representaciones plasmadas en el arte, pero una más que vale la pena mencionar es la realizada por Miguel Ángel, quizá a mi juicio, el más grande artista que jamás haya existido, aunque desde luego elegir sólo uno, es una tarea imposible, pues no son pocos los genios que se han valido de los pigmentos o el cincel para manifestar su talento e incansable labor que en muchos casos, tras varios siglos siguen deslumbrándonos.
Unos veintitrés años después de haberse hecho cargo del techo de la sixtina, el papa Pablo III encargó a Miguel Ángel, el fresco que representaría el juicio final, el cual al margen cabe anotar que es quizá una de las obras más costosas en la historia del arte, pues como puede apreciarse fue mayormente creada en colores azules, tono que como hemos ya leído en los artículos de Katia Díaz, se obtenía del lapislázuli, piedra particularmente cara. El punto es que en la composición del fresco, puede apreciarse a uno de los apóstoles quien sentado a caballo sobre una nube ha girado su cabeza para mirar a Jesucristo, en su diestra empuña un cuchillo, mientras que con su mano izquierda, sostiene su propia piel que cuelga flácida, dibujando un rostro atormentado que se desdibuja entre arrugas.
Se dice que ese rostro es un autorretrato del propio florentino, quien al no considerarse digno de los cielos quiso dejar huella de su tormento. Simbólicamente, se dice, la piel inerte de Bartolomé representa una alegoría del cuerpo, que tras abandonar la vida en el campo terrenal se convierte en un resto inútil, inanimado para dar lugar a la inmortalidad del alma que asciende al cielo y a la vida eterna.
Contento de estar de vuelta. Feliz tarde de lunes.
Hermosa introducción para de nuevo dejar atrás los días de descanso y compartir temas de interés, ahora sobre un apóstol, San Bartolomé juzgado por Jesús como un verdadero israelita, un hijo de Abraham, un hombre sin dobleces a quien se representa con su piel en una mano y en la otra con un cuchillo, Santo Patrón de carniceros y curtidores solo por la razón de haber sido desollado vivo.
Pareciese una ironía por tanto sufrimiento que terminó con su muerte en la cruz.
¡Gran forma de regresar, que interesante historia!