La primera vez que escuché mencionar a la isla del Presidio fue hace muchos años, cuando era apenas un niño y el lago de Chapala cubría con sus dulces aguas el muelle y bañaba, en días del viento loco de febrero y marzo, el malecón donde colinda el “Beer Garden”, ese mítico lugar que fuera alguna vez hogar de Mike Laure y su inolvidable tema: “Amor en Chapala”. Lo escuché de boca de Pedro Granada, el mejor amigo de mi Padre al contarme la historia de cuando mi viejo se fue esquiando sin parar desde la isla de los Alacranes hasta la del Presidio, algo que según él no mucha gente podría hacer incluso hoy en día.
Años más tarde, en un vuelo privado con un antiguo cliente y amigo qepd, al regresar de Zamora, lugar donde aterrizábamos su cesna para comer y regresar a Guadalajara el mismo día, mientras cruzábamos el lago de Chapala, descendió en una arriesgada maniobra muy cerca de la isla y pude ver, desde una perspectiva única, la geografía del hermoso lugar que hoy traemos a colación.
Este lugar esta lleno de historias y aunque parezca increíble en pleno 2024, hay muchas interrogantes sobre sus orígenes aún sin respuesta y con la malograda renovación que se le dio al fuerte central hace 15 años, se han extraviado probablemente para siempre algunos vestigios añejos que se perderán, como dijera el replicante Roy Batty en Blade Runer, como lágrimas en la lluvia.
Mezcala de la Asunción es un pueblo de la ribera de Chapala, ubicado en el municipio de Poncitlan, Jalisco. Hay dos vertientes posibles sobre el origen del nombre de Mezcala, uno y el más obvio es que se llamó así por la bebida del mezcal que se extraía de los agaves silvestres que abundaban en los cerros circunvecinos. Otra teoría es por su significado nahuatl que se puede traducir como “Casa de la luna”. Sin embargo más que por su pueblo, el lugar es conocido por la isla que se ubica a poco menos de 7 kilómetros de la costa.
Hay evidencias arqueológicas sólidas para deducir que la isla fue habitada desde, al menos, el año 200 d.C., pero probablemente tuvo asentamientos humanos desde la época precristiana pues hay pinturas rupestres localizadas por la zona, específicamente en la llamada cueva del Toro, que datan desde el año 3,000 a.C.. Fue habitada también por los indios Cocas en la era precolombina y fue en 1532 que llegaron los conquistadores españoles a tomar la región, pero ante la férrea resistencia indígena, el Rey de España reconoció que la tierra fuera de ellos de forma permanente, cosa que perdura hasta la actualidad y que apenas en 1971, por decreto presidencial, se reconocen como tierras de la comunidad indígena Coca de Mezcala, Jalisco como inalienables, imprescriptibles e inembargables. Son terrenos (no la isla, sino el pueblo de Mezcala de la Asunción y sus alrededores que abarcan un total de 3,600 hectáreas) que no tienen propiedad privada, no pueden ser vendidas, sino que son de la comunidad liderada por un consejo de ancianos.
Los indicios de construcciones en la Isla pueden irse atrás en el tiempo al año 1280 aproximadamente cuando se documenta la primera presencia formal humana, pues era un importante lugar de culto para los habitantes de la región en la edad media donde se llevaban a cabo rituales y ceremonias.
Mezcala entonces es también conocida como la isla indómita ya que es el único lugar de México que nunca pudo ser conquistado por los españoles, de ese tamaño era la bravura de los oriundos del “mar chapálico”, así llamado por Fray Antonio Tello que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), fue la primera persona que apeló a los recursos de la imaginación para creer que lo que veía era un mar y no un lago pues es tan grande que la vista de sus aguas se pierde en el horizonte. Fue en su Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco (1653) que alabó el agua de Chapala, “dulce y sabrosa y tan limpia y cuyos pescados son los mejores de todo el reino”. Lastimosamente esos tiempos han pasado y hoy por hoy la contaminación del río Lerma, principal afluente del lago, está entre los peores del país.
Mezcala fue también alguna vez llamada como la primera isla libre de la América española. Su interior se convirtió en un bastión de resistencia indígena contra el dominio español entre los años 1812-1816. Su sistema de defensa está registrado en algunos planos realizados por el ejército virreinal que se conservan el día de hoy, como el plano “vista de pájaro” y fue a modo de edificaciones con barracas muy particulares que darían pie a lo que hoy conocemos como el fuerte, el presidio y algunas construcciones periféricas. Sin embargo algunas edificaciones tuvieron que haber sido anteriores ya que los insurrectos llegaron a la isla a refugiarse del ejército español y no pudieron haber dedicado tanto tiempo a la construcción de estos imponentes recintos, algunos historiadores piensan que al menos la capilla de la isla pudo haberse construido desde 1701.
El presidio (que no es el fuerte principal) que se ubica en la zona sur de la isla, ese si fue mandado construir a finales de la guerra de independencia, por el año de 1819 y es a partir de entonces y durante más de 35 años que la isla pasó a funcionar como una prisión en forma. Lo anterior está documentado y confirmado hasta el año 1855.
El fotógrafo norteamericano del porfiriato, Winfield Scott, dejó una serie de fotografías datadas en el año 1908 que nos da una buena idea real, ya no en planos, de cómo estaba la construcción de la isla y su estudio merece la pena para los interesados en el lugar.
Desafortunadamente la remodelación llevada a cabo por motivo del 200 aniversario de la independencia de México, no fue con la metódica rigurosidad científica que merecía el valor histórico de la isla. No se investigó para qué servía cada uno de los espacios del fuerte ni ninguno de sus 19 cuartos, tampoco del presidio o la iglesia, fue como una “manita de gato” con fines más bien estéticos y turísticos. Hay fotografías de los albañiles reuniendo escombro de los distintos edificios donde se ven piezas cerámicas y objetos hechos añicos que pudieron haber tenido un gran valor histórico, ni hablar, lo que había entonces era la urgencia de beberse el presupuesto designado para esto y ya sabemos que no hay general más fuerte que el dinero.
La Isla de Mezcala es un recordatorio vivo del valor y el coraje de los indígenas que jamás fueron vencidos y a los cuales el gobierno español, tras años de conflicto armado y habiendo sufrido bajas significativas en los más de 25 enfrentamientos que perdieron contra los mezcaltecos comandados por José Santana, no tuvo más remedio que firmar un armisticio con los oriundos del lugar ofreciéndoles no solo la reparación del pueblo, sino también devolverles sus tierras, darles semillas, yuntas, bueyes y el apoyo para sepultar a sus muertos, requisito que fue el principal para ellos. Así que no solo tenemos nuestro Alcatraz sino también, porqué no, a nuestra Numancia chapálica.
Gracias por leer, Fabiola. Un abrazo.
Impecable narrativa.
Desconocía que los indígenas de mezcala ofrecieron una resistencia numantica, que su valor y coraje obligaron al conquistador al armisticio y seguramente como diría Nezahualcoyotl, sintieron que “como unas pinturas se …iban… borrando”
Aún cuando del Rey Poeta recuerdo mucho más aquel que dice:
Amo el canto del cenzontle pájaro de 400 voces.
Amo el color del jade y el enervante aroma de las flores, pero amo más a mi hermano el hombre.
Gracias Benito