153 The Coolture
Prometeo. El "hombre” que robó el fuego a los dioses. El Titán que amó a los hombres
“Podemos siempre envolver una verdad dentro de una fábula”
Hesíodo
Fue Hesíodo el primero que puso este mito en papel, en sus obras “Teogonía” y “Trabajos y días” nos relatan la historia de Prometeo, hijo del Titán Jápeto. En un principio la tierra estaba gobernada por éstos, los Titanes, que eran poderosas deidades hijos de los dioses principales. Uno de ellos, Prometeo, tan antiguo como el tiempo mismo, podía ver el futuro (por eso mismo no peleó en las batallas contra Zeus que les llevó a todos los demás Titanes a vivir para siempre encadenados en el Tártaro). Una vez terminada la guerra y con Zeus como el dios mayor del Olimpo y de todos los tiempos y todas las cosas, ordena a Prometeo poblar la tierra con todo tipo de plantas y animales con el compromiso de que se le rindiese el culto debido.
Fueron creadas entonces las aves con sus magníficos plumajes y sus picos adecuados para cantar y cazar, los animales del invierno y del verano con sus cuerpos pesados y ligeros, su fuerza necesaria y sus dientes para roer y mascar los alimentos. Todos los talentos disponibles fueron repartidos con gran cuidado y vocación. Por último crearon al hombre y lo crearon de arcilla (cualquier semejanza judeocristiana no es obra de la casualidad, en casi toda la Biblia son recreaciones de mitos anteriores, como Adán y Eva, el diluvio de Noé, la apertura de las aguas, la torre de Babel, las plagas y un largo etcétera), luego lo llevaron a presentar con la diosa Atenea quien se maravilló con esta creación y sopló sobre ella, insuflando el aliento divino.
Pese a todo, Prometeo no estaba contento con el resultado, quería que el hombre se diferenciara de todos los demás animales pero ya no tenía más fuerza para repartir, más alas para hacerlo volar, más velocidad que darle o más branquias para hacerlo sobrevivir bajo el agua. No lo veía como el mejor de la creación, sino como un mono más inteligente, pero mono aún. El hombre vivía en cuevas, recogiendo las frutas que caían de los árboles, temeroso y escondido de muchos de los animales mayores para no ser presa de ellos y por sobre todas las cosas, con un miedo terrible a la oscuridad.
Ahí es cuando Prometeo piensa, luego de consultarlo con Atenea, en darles el fuego a los hombres para poder alimentarse con carne, malear los metales, construir lanzas y sobre todo, encender sus hogares por las noches para menguar ese miedo inherente y sempiterno a la oscuridad. Así que, con la puesta del sol, Prometeo enciende una antorcha y con ella y el fuego, los hombres comenzaron realmente a avanzar y diferenciarse del resto de los animales. Pero Zeus ve esto y decreta que deben honrar a los dioses haciendo más sacrificios. Es entonces que Prometeo, astuto como un zorro, trata de engañar a Zeus. Pide sacrificar un toro y que su producto fuera separado en dos relucientes ánforas, una de las cuales iría a los hombres y la otra sería para el dios mayor en el Olimpo. Una más pequeña, pero con la mejor carne en ella y recubierta de la poco apetecible piel del animal. La otra, mucho mayor que esta, tenía en su interior principalmente solo huesos y pellejos, pero envueltos en una grasa vasta y apetitosa. Zeus eligió la ánfora mayor pero al ver su interior y saberse engañado, desata su ira y decide quitarles a los hombres el fuego para que no pudiesen cocinar sus alimentos.
Sin éste, toda la humanidad fue haciéndose para atrás en el camino de su evolución y el hombre se escondió de nuevo en las cuevas. Por esto Prometeo decide desobedecer la orden de Zeus y robar el fuego sagrado para regresarlo a los hombres. Entra sigilosamente una noche al Olimpo y regresa con él, pero esa misma noche la luz de sus llamas en la tierra alertan la mirada de Zeus quien, furioso, se descarga contra el ladrón con toda la ira de la que ya sabemos que es capaz. Pero su castigo no era solamente enviarlo al Tártaro, así que la pena que ideó fue encadenarlo a una roca en el Cáucaso donde una inmensa águila sería la responsable de devorar su hígado provocándole un sufrimiento terrible y al tratarse Prometeo de un ser inmortal como Titán que era, éste se regeneraba a diario por lo que el ave regresaba todos los días al ponerse el sol.
Zeus entonces, después de algún tiempo de verlo sufrir, le ofrece a Prometeo que si le ocultaba a los hombres el fuego, le quitaría el castigo terrible al que era diariamente sometido. Pero éste no accede, pues es testigo de los grandes avances que se tienen y la felicidad que este da a su amada creación: el hombre. Así que tenemos el fuego por siempre a cambio del penar de este Titán cuyo hígado fue devorado a diario hasta que llegó Hércules a liberarlo en una de sus doce tareas, pero esa es harina de otro costal.
Sin embargo el deseo de vengarse de la humanidad de Zeus no había sido saciado, así que ingenia a Pandora, la primera mujer, dotándola de una belleza y deseo de conocimiento inigualables y la envía a la tierra como un regalo para Epimeteo, el gemelo de Prometeo, quien le había ayudado a moldear a la creación. A pesar de la advertencia de Prometeo de no aceptar ningún regalo de los dioses, éste la recibe, se enamora perdidamente de ella y la convierte en su esposa.
Uno de sus regalos de boda fue una caja o un jarrón que, por órdenes expresas de Zeus no debía abrirse, pero la curiosidad de éstos los llevó a abrirla (tal cual como la manzana judeocristiana) y fueron así liberados todos los males del mundo: enfermedades, desgracia y sufrimientos fueron expandidos aquí. Con esto, Zeus quedó satisfecho. Sin embargo, alcanzaron a cerrar la caja a tiempo para que los males no siguieran liberándose, sin saber que lo que residía en el fondo de ella era la esperanza, ni más ni menos que la esperanza.
Carlos García Gual, un referente sin duda y quizá el humanista y conocedor más grande de los mitos grecolatinos hoy por hoy, dice que no hay mito más reelaborado en la historia que el de Prometeo, cuyo nombre significa “el que piensa antes de actuar”, lo contrario al de su hermano gemelo Epimeteo que significa “el que primero actúa”.
Los mitos son una parte fundamental del conocimiento de la humanidad para desvelar una realidad inaccesible a las abstracciones filosóficas, dice Joseph Campbell en su libro “Los mitos”. No puedo dejar de recordar también aquí a Mary Shelley, la creadora de la maravillosa novela Frankenstein, el prometeo moderno, como es su título completo ya que el Doctor Frankenstein (que no es el nombre del monstruo como comúnmente se cree) recibe el don divino de insuflar la vida en su creación.
Esta es una historia de amor a los hombres, de un creador que se sacrifica (nuevamente las referencias, aquí ya solo cristianas) para salvar a los hombres a los que ama profundamente y a quienes hizo a imagen y semejanza de los dioses. Así que la próxima vez que enciendan el fuego para su asado, agradezcan primero a Prometeo, el valiente y astuto Titán que arriesgó todo y entró al Olimpo para robarle a Hefesto el cuarto elemento que nos permitió dominar al mundo.
Que interesante! Ahora falta saber cómo lo libera Hércules.
Hesiodo nos regalo la leyenda de Prometeo, por el sabemos de la furia y enojo de Zeus ante el robo del fuego.
Zeus no quería la prosperidad del hombre; y cruel fue su castigo para quien osó robarle; lo encadenó a una roca y ahí padeció por su bondad.
Zeus le ofreció liberarlo si despojaba al hombre de su regalo, Prometeo se negó y por ello se significó por su resistencia, su valor y su sacrificio individual.
Gran relato y oportunas analogías.
Gracias Benito