Siempre tuve miedo al futuro,
porque en el futuro, entre otras cosas,
está la muerte.
Ernesto Sabato
Hay libros que nos marcan la vida, que nos hacen volver como los lugares aquellos en donde fuimos ciertamente felices. Yo siempre he sido un lector enamorado de Sabato, ese ensayista y novelista argentino al que le toca la buena y mala fortuna de ser contemporáneo de Borges, el tótem inalcanzable de las letras sudamericanas. Pero yo siempre he preferido a Sabato. Recuerdo “El túnel” y su obsesiva historia de amor entre Juan Pablo Castel y María Iribarne que no podría tener otro fin que la muerte y que he vuelto a leer este año pasado y que releeré mientras tenga vida. También “Uno y el universo”, donde la vocación física y astronómica del escritor argentino afloran en plenitud dejándonos una obra maravillosa, pues Ernesto era doctor en ciencias físico matemáticas y recibió incluso la beca Curie para el estudio de las radiaciones atómicas, una de las más prestigiosas del mundo. La segunda guerra mundial lo hizo dejar el MIT de Massachusetts para regresar a Argentina a dar clases y es en 1945 cuando, tras una profunda crisis existencial, decide dejarlo todo para dedicarse a la escritura y a la reflexión por el resto de su larga vida.
Yo creo que lo que realmente le hizo dejar para siempre la física, fue darse cuenta que tantos años de estudio habían acabado en una bomba atómica, como se dice en la película de Oppenheimer y el, al ser tremendamente humanista, tuvo que abandonar. No lo quiso hacer, lo tuvo que hacer. Hay momentos donde un hombre se separa de un niño, donde un idealista se separa de un pragmático y ese fue su momento.
Ernesto nació y murió en Argentina, pero en el ínter le dio la vuelta al mundo y a su pluma. Tuvo una vida profundamente amorosa y familiar que se puede sentir en la finca donde vivió sus últimos años y que ahora se ha convertido en una casa museo en Santos Lugares, Buenos Aires, donde tuve la fortuna de estar y recorrerla a solas de la mano de Luciana Sabato, su nieta consentida y conocer de su boca decenas de Historias personales. Aquí les dejo algunas fotos del lugar, que está a unos 40 minutos en metro de Palermo.
Pero de lo que les quiero escribir hoy, es de uno de sus últimos libros y quizá el más personal de todos, “Antes del fin”. Este libro lo dejaba de lectura final en mis cursos de historia del siglo XX que durante algunos años di en el Instituto de Ciencias, en mi oriunda Guadalajara. Y es que me ha parecido siempre como la carta amorosa de un abuelo sabio y bienintencionado.
El libro comienza con un recuerdo de los tiempos más antiguos para él. Se queja de su mala memoria pero, ¿quién no la tiene acaso? Hay siempre tanto por recordar que es imposible no darse cuenta del olvido. Jamás abandonará mi cabeza la frase aquella de Albert Camus en “El extranjero”, cuando escribió: “un hombre que viviera solo un día libre, tendría suficientes recuerdos para vivir el resto de su vida encarcelado”. Uno siempre recuerda lo que está cargado de emoción y a veces esa emoción es cuestionable, incluso reprochable pero sobre ellas no se manda, como sobre los estados de ánimo que uno vive y los atraviesa como si fueran nubes invisibles moviéndose al ras del suelo. Entonces uno entristece y no sabe porque, o da un pequeño salto de alegría caminando solo sobre una acera, sin tampoco saber porqué.
“Seré siempre el que esperó a que le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta”, dijo Pessoa y Sabato lo recuerda en sus primeras páginas. Se reconoce aquejado desde el principio por una densa melancolía inoculada desde su infancia y que no lo abandonaría nunca, pese a haber sido casi siempre un hombre feliz. “Hoy a esos Reyes Magos solo les pediría una cosa, que me volvieran a ese tiempo en que creía en ellos”, dice también más adelante sobre este tema. Pero no quiero confundirles, no es un libro triste, es un libro melancólico solamente y la melancolía es una tristeza feliz, como dijo Víctor Hugo, el célebre autor de “Los miserables”.
El surrealismo y el anarquismo fueron puntos de quiebre en su vida, así como la pintura, oficio al que se entregó vehementemente los últimos años. El primero fue un movimiento que tocó el corazón de cuanto artista hubo en aquellos tiempos y al cual Sabato no fue ajeno. Él mismo llegó a definir su corazón como un “Dr. Jekyll and Mr. Hyde”, pues por un lado estaba enamorado de la ciencia, la física y las matemáticas, pero por otro las “orgías surrealistas” del barrio latino en el Paris del pintor Oscar Domínguez y André Breton, lo vivían y revivían.
En su libro “Antes del fin”, denuncia las atrocidades del sistema comunista, habla acerca de los sueños de los cuales “se puede decir cualquier cosa, menos que no son ciertos”, menciona a Novalis, a Dostoievski y a Camus en un docto y genial recorrido. También habla de que tuvo, no pocas veces, tentaciones de suicidio y alguna vez camino muy cerca, hondamente subyugado por el Sena y una existencia kafkiana donde rebotaba entre la burocracia y el sinsentido. Afortunadamente nada de esto sucedió.
“La angustia es lo único que ha alcanzado niveles nunca vistos” dice más adelante en sus páginas y esta frase me ha seguido tan de cerca, que justo hace unos días me titulé como maestro en terapia breve sistémica, para intentar ayudar en lo posible, con mi experiencia, a aquellos que son aquejados a diario por la tiranía de la ansiedad, la angustia, el duelo o el sinsentido, temas por los que he navegado toda mi vida.
Otra de las cosas por las que será siempre recordado el Bonaerense, es por haber presidido la comisión nacional de personas desaparecidas en 1984 y donde redactó el informe “Nunca más”, un escarnio público a la cruel dictadura que azotó a la Argentina en los años setentas y ochentas y que denunció la desaparición y tortura de decenas de miles de personas en el país sudamericano, misma que mantiene hasta el día de hoy renunidas a las madres y a las abuelas de la “Plaza de Mayo”.
Tengo la fortuna de presumirles que, en una de las paredes de mi comedor, un cuadro original de Ernesto Sábado me acompaña. Es un pequeño óleo amarillo con tonos rojizos en su fondo y a veces lo miro de reojo, pero otras tantas mi mente imagina a ese viejo sabio con sus lentes de filo negro grueso, recargando un pincel de pelo de camello y entonando, en voz muy queda, un viejo tango de Enrique Santos Discépolo, quien lo definía como un pensamiento triste que se baila.
En este libro leí también, por primera vez, que en el futuro cambiaremos oro por agua potable y esto me cimbró por dentro, un montón. También que con el medio por ciento del gasto de armamento, podría resolverse el problema alimentario en todo el mundo. Y uno no puede, no debe ser el mismo después de leer eso. Yo lo repito en todos mis semestres de clase que he dado los últimos 20 años, siempre traigo a la luz a Sabato y a su testamento literario.
55 días separaron a Sabato de cumplir 100 años. Yo había hecho un compromiso interior que cumplí. El día de su muerte habría de beberme una botella entera de Fernet a su salud. Te extrañamos tanto, Ernesto. Haces tanta falta, que solo leyendo y releyendote podemos soportar el enorme peso de tu ausencia. Y es que estamos cada vez más cortos de genios.
Querido Ernesto, merecías un mejor ensayo de mi parte. También merecías no ser comparado todo el tiempo con Borges, ni haber tenido la crítica de tu trabajo en “Nunca más”. Merecías no haber recibido el nombre de tu pequeño hermano recién muerto y darte cuenta que en la eternidad no pasa nada. Pero leíste a los grandes y hallaste siempre consuelo, como lo terminas diciendo en el libro motivo de este escrito, en Kierkegaard, esa especie de cristo redivivo como lo nombras: “La fe, es el coraje de sostener la duda” y tu siempre la tuviste y sostuviste. Dios te cubra con la gloria que no te cubrimos los hombres, querido Ernesto.
foto del cuadro!!!
Vaya forma de compartir la obra de este gran escritor, lo sigo saboreando en cada frase.
Felicidades Beno.