Dicen, en palabras más o menos, que contrario a las mujeres afines al gusto por las joyas, los hombres sólo, en este territorio, tenemos fascinación por los relojes, considerados en estos términos, el único accesorio que portamos los caballeros de modo regular o tradicional, aunque bien entiendo que también hay hombres que gusten de vestir diamantes y oro en en los lóbulos, decorando los dedos, en forma de brazaletes o colgando del cuello; los más excéntricos inclusive como incrustaciones en los dientes y hasta injertados en el rostro, pero en términos clásicos nos limitamos a los relojes, esos fantásticos accesorios que originalmente sirven tan solo para marcar el tiempo y que hoy día se han convertido en diminutas computadoras portátiles capaces de enlazar llamadas, mostrar mensajes, reproducir música, medir los pasos, el ritmo cardiaco, y sabe Dios qué tantas funciones más.
El interés por los relojes para mí es un gustito adquirido, no siempre me han llamado la atención, pero de unos varios (ya muchos) años para acá sí que lo han hecho y la razón no es otra que la influencia de mi hijo quien siente desde que era muy chiquito una fascinación por estas maquinarias. En lo personal, como me sucede con la mayoría de las cosas, la principal atracción para mí es la referida a la ornamentación, es decir que siento encanto más por el diseño que por la ingeniería, así, contrario a los verdaderos conocedores, yo sólo me intereso por los mecanismos y complicaciones si primero el diseño me ha atrapado y ya si me gusta curioseo sobre el Tourbillon, las fases lunares, los husos horarios, etcétera, etcétera; a mí me atraen las formas, los materiales, las simetrías, los contrastes, las texturas, los colores, más que las funciones.
Otra de las cosas que me interesa sobre los relojes y sobre prácticamente todo lo que me gusta: el café, los libros, los aviones, los coches, el arte, por nombrar algunos, es precisamente la historia detrás de estos, las leyendas, los personajes que forjaron las industrias, los líderes en el mercado, los momentos que marcaron un rumbo, es decir, los datos que no resultan obvios. En este sentido, hay relojes que son más que accesorios, son testigos silenciosos de grandes hazañas, son un hito en el tiempo, el comienzo de una revolución industrial de nicho, por ejemplo, cuando uno se convierte en el primero de su clase, como este que nació casi en el cielo. A inicios del siglo XX, el piloto brasileño Alberto Santos-Dumont, pionero de la aviación, le pidió a su amigo Louis Cartier que diseñara un reloj que pudiera consultar sin quitar las manos de los controles de su dirigible, hasta entonces los relojes eran de bolsillo y así en 1904, nació el Cartier Santos o el Santos de Cartier como acostumbra referirse a él, un reloj de pulsera con correa de cuero, elegante, cuadrado y masculino en una época donde los hombres no usaban estos accesorios y representa más que una simple innovación, fue literalmente, el primer reloj pensado para volar. Sus tres imperdibles y que a la fecha prevalecen, son esfera blanca, agujas azules y grandes números romanos.
Un par de décadas después, otro reloj cambiaría la historia desde el agua. En 1926, Rolex, fundada por Hans Wilsdorf, presentó el Oyster, el primer reloj verdaderamente hermético, a prueba de agua, y polvo, para probarlo, en 1927 convencieron a Mercedes Gleitze, una nadadora británica, de cruzar el Canal de la Mancha con un Oyster en la muñeca. Lo logró, el reloj también, y Rolex se convirtió en sinónimo de durabilidad, pues como la propia marca señala en la redacción de su historia: “…Decir que un reloj es hermético no es lo mismo que demostrarlo. En 1927, un Rolex Oyster atravesó el canal de la Mancha en la muñeca de una nadadora inglesa llamada Mercedes Gleitze. La travesía duró más de 10 horas, y una vez finalizada, el reloj seguía funcionando perfectamente..”. Desde entonces, el Oyster no ha dejado de evolucionar, pero la esencia sigue siendo la misma: hacer del tiempo algo resistente.
Y si nos vamos al espacio, hay un reloj que tiene una historia digna de película (y la tiene, de hecho). En 1969, cuando Neil Armstrong y Buzz Aldrin llegaron a la Luna durante la misión Apollo 11, llevaban consigo un Omega Speedmaster. Técnicamente, el primero en tocar suelo lunar con reloj fue Aldrin, porque Armstrong dejó el suyo dentro del módulo como respaldo del reloj de instrumentos, así que sí, el Omega Speedmaster (Speedmaster motorsports-themed) fue el primer reloj en caminar fuera de la Tierra y desde entonces, se ha ganado el apodo de “Moonwatch”, uno de los relojes más icónicos y más gustados por los amantes de la horología y el único que fue capaz de salir victorioso de las complicadas pruebas que el gobierno de Estados Unidos buscó entre las marcas más prestigiosas un reloj que fuera capaz de aguantar y funcionar en las condiciones extremas que las misiones de la NASA suponían.
Primer Omega Speedmaster ref. CK 2915-1 de 1957
Buzz Aldrin en la cabina del módulo lunar con su Omega Speedmaster
Ese mismo año, en Japón, otro reloj cambió el juego por completo, pero no por su estética ni por ir al espacio, sino por lo que tenía dentro. Seiko, esa marca japonesa que en el colectivo de la ignorancia suena a chafa, pero que por el contrario tienen grandes maquinarias, lanzó el Astron, el primer reloj de pulsera con movimiento de cuarzo, lo que en ese momento supuso un salto cuántico, pues ya no se trataba de engranes y resortes, sino de vibraciones eléctricas las que marcaban el tiempo. Fue este modelo el inicio de lo que hoy se conoce como “la crisis del cuarzo”, cuando muchas casas relojeras tradicionales suizas se tambalearon ante la precisión de los japoneses, pero este periodo o evento en la historia de los relojes quizá dé para artículo independiente. El Astron era tan preciso como futurista y tan caro como un coche, pero lo cierto es que desde entonces nada volvió a ser igual.
Luego, unos pocos años después llegó alguien que no solo pensó diferente, sino que rediseñó el lujo desde la periferia y quien definitivamente (y lo haremos) merece una editorial para él solito, quizá hasta dos. En 1972, el diseñador suizo Gerald Genta (genio) creó el Royal Oak para Audemars Piguet, un reloj de acero inoxidable que costaba más que muchos relojes de oro, lo que representaba un sacrilegio para los puristas de la alta relojería, hasta que se convirtió en un ícono, status que desde luego prevalece a la fecha. El diseño del Royal Oak era atrevido y muy novedoso: caja octagonal, tornillos visibles, brazalete integrado, una joyita que no tardó en fascinar. El Royal Oak no solo salvó a la marca en un momento crítico, sino que creó una nueva categoría, la de los relojes deportivos de lujo. Hoy este modelo, el clásico y sus variantes son cronógrafos y los Offshore, siguen siendo de los más codiciados del mundo.
Y justo cuando todos pensaban que los relojes eran cosas serias y costosas, llegó Swatch, en 1983, a poner todo patas arriba. Plástico, color, diseño pop y precios accesibles; relojes divertidos, cambiables y coleccionables. La estrategia funcionó tan bien que ayudó a rescatar a toda la industria suiza del colapso post-cuarzo. Swatch, hoy uno de los dos grupos relojeros más grandes del mundo, entendió algo que pocos habían visto o mostrado, demostró que un reloj también podía ser un accesorio de moda, de expresión personal, un accesorio divertido y hasta una obra de arte pop en la muñeca. Swatch, fue el punk de la relojería y alcanzó la gloria.
Finalmente, no podríamos cerrar esta lista de relojes que han desafiado la tradición y marcado momentos históricos, sin hablar del Apple Watch, que aunque es mucho más que un reloj y a pesar de que en un inicio fue mirado por propios y ajenos con enorme escepticismo en su lanzamiento en 2015, ha logrado cambiar la conversación y convertirse en un artículo de moda, funcional, deseado, gustado y éxito de ventas. Más que un reloj, Apple Watch, es un centro de control de la salud, de notificaciones, de actividad física, e incluso un pequeño salvavidas digital en la muñeca, no tiene manecillas, ni tiene complicaciones mecánicas, no es lo que se espera de un reloj tradicional, pero sin duda es hasta ahora el reloj más influyente del siglo XXI.
Sobra decir que faltan muchos modelos que por razones similares o abismalmente distintas son un ícono y una referencia en la industria de los marcadores del tiempo, sin importar si hablamos de alta relojería o no, y de estos ya hablaremos poco a poco en otras editoriales; sin embargo, por ahora lo cierto es que los relojes son algo más que máquinas que marcan la hora, son declaraciones de estilo, símbolos culturales, inventos que cruzaron océanos, cielos y hasta atmósferas.
Buena tarde y si te ha gustado, comparte, comenta, platícalo con tus cuates.
Ante un artículo tan estructurado y bien documentado, ágil y preciso en su narrativa, que te atrapa y no te suelta hasta que lo terminas de leer y en adición te alecciona, solo resta por decir Gracias y Bravo Israel.
Saludos
:)