Estoy sentado justo en el lugar donde Osamu Dazai bebía, en el fondo de la barra del Bar Lupin, en el corazón de Ginza, barrio del centro de Tokio, Japón. Platico con el barman, un amable anciano al que se ve que le gusta hablar de Dazai. Me sacó un par de revistas con una fotografía de él que no había visto jamás, en la preparatoria, con una mueca que con un poco de imaginación podríamos convertir en sonrisa. Le digo que vengo desde México y me dice de inmediato: “Viva México”, yo añado, por supuesto, cabrones. Es un buen arranque para llevar apenas dos cervezas y ser las seis y media de la tarde.
Entiendo porqué le gustaba este lugar y me hace admirarlo aún más, es una taberna de techos bajos, de madera oscura y modos viejos. Sus lámparas, estilo tiffany sin serlo, tienen fugas de luz color rojo que se agarran a las paredes queriendo vivir. Los meseros y meseras detrás de la barra usan camisas de cuello blanco y chalecos negros. Están atentos a los movimientos de nosotros, los sedientos. Una buena cantidad de whiskys locales habitan la contra barra, de esos que he aprendido a respetar en estas casi tres semanas que llevo en el país Nipon. Las pocas lámparas que no tienen esas fugas rojas, llevan una única bombilla de un color amarillo intenso, casi mostaza, no podría ser mejor la combinación de tonalidades que atraviesan el aire. Sabías lo que hacías, Osamu. Aunque terminaste suicidándote amarrado con un lazo rojo de tu amante, en un antiguo ritual japonés. No te puedo juzgar por lo que hiciste, pero tu cuerpo fue hallado 6 días después de tu muerte, carajo, y era el día de tu cumpleaños, carajo.
Una pequeña cucaracha camina por la barra. Ha salido debajo de mi plato de ostiones ahumados que pedí de botana. Una chica sonríe en la barra y habla un hermoso japonés del que no comprendo ni una sola palabra, pero que no puedo dejar de atender ni un solo instante. Que hermoso lenguaje que es y no sólo en su escritura.
Llegar a esta esquina, la favorita de Dazai, fue un mero golpe de suerte. Eran los únicos lugares vacíos cuando llegué con mi hija luego de una función de teatro Kabuki. No conocía el mapa del lugar ni había planeado nada. Fue un mero golpe de suerte, o una llamada anónima sin voz. A un lado mío está la famosa y una de las poquísimas fotos que existen de él en su vida, sentado en la barra, usando tres bancos para ello, con una especie de sonrisa y es que jamás nunca nadie lo vió sonreir dicen los que lo conocieron. Quizá por eso escribió “Indigno de ser humano”, quizá por eso dijo que… (regresa la pequeña cucaracha y aprieto mi dedo medio contra mi pulgar con fuerza para despedirla lo más lejos posible. La veo volar pero no caer). Olvidé lo que iba a decir.
Entran turistas y se sientan en la barra. Me pregunto si los trae también por acá el espíritu de Dazai, si conocen la historia del lugar que data desde 1928, si hay algo más que los atrae aquí que no sea la vivacidad del neón en las calles vecinas. Hojeo uno de los libros que el barman principal me ha acercado, recuerdo que en Japón los libros se inician de atrás hacia adelante y comienzo a examinarlo. Son signos que no comprendo, aunque el nombre de Osamu me lo he aprendido en japonés luego de estos días de tanto buscar sus libros en las viejas librerías del barrio de Jimbocho.
Hay una extraña melancolía en este aire que respiro. No logro descifrar si es aquella que llega cuando un sueño hemos cumplido y ya no está más en nuestro deseo sino en la memoria. Se que no podré quedarme aquí por mucho tiempo, el letrero de la entrada anuncia que el bar cierra antes de la medianoche. En su libro “Indigno de ser humano”, Dazai dijo que los débiles temen a la felicidad, que la felicidad los lastima. Pido otro whisky y muerdo los hielos mientras pienso en esto. La risa de una mujer aparentemente francesa rompe la melancolía del lugar y pienso que debería estar prohibido reírse, al menos aquí.
Quedan pocas cosas en mi lista de deseos, cada vez menos y eso en vez de preocuparme me alegra. He sido afortunado dentro de todo, aunque haya vivido el dolor más grande que un hombre puede vivir. He amado por breves momentos y he sido amado por largos, lo que siempre me resultó doloroso finalmente. Reconozco el placer pero no lo vuelvo mi casa. Me siento más confiado con el sufrimiento, lo siento más humano. Me gusta abrirme por completo, pero lo hago casi siempre con la prisa del que sabe que una mirada basta. Nunca he tenido grandes contemplaciones, me gustan las bebidas fuertes pero las tomo de un solo trago.
Comienza a hacerse tarde en el Bar Lupin. Supongo Dazai sufrió más de alguna vez este momento. Lamento las heridas que he causado por mi vida. Me disculpo en la sorda distancia de aquellas a quienes amé a destiempo. Se acerca la hora de cerrar y quiero y a la vez no, volver a México. Este azul de cielo me conmueve. Los cerezos florecen majestuosos allá afuera pero sé que no son más bellos que una jacaranda, sólo son nuevos a mis ojos.
Pido un último Suntory con cola, lo pido separado pues en mi mochila traigo una pequeña botella de medio litro que pienso usar de contrabando, “because i´m mexican” diría Del Toro. Ojalá Dios me permita vivir dos años, tres meses y veintidós días más. Espero que esto no sea mucho pedir. Algo tiene este lugar, querido Dazai, estoy seguro que algo dejaste de tí en esta barra de madera oscura, como las sombras de los hombres que murieron incinerados en un instante por la bomba atómica de Hiroshima. Algo debe quedarse de uno en los lugares en que odió o amó la vida.
Comentaste que desde el bar Lupin nos darías tus impresiones; encontraste espacio en la barra, quizá sentado en el mismo banco en el que O. Dazai se reclinó pensativo en las imágenes que después serían o ya eran, la espina dorsal de sus libros, el destino que no la casualidad ahí te llevo.
Pero confieso que el párrafo que empieza “Quedan pocas cosas en mi lista…”, me abrumo por lo que trasmites, del dolor, del amor y del placer recibido y entregado, de la preferencia al sufrimiento, de la mirada que basta y de la bebida de un solo trago. Y después, me conmueve la sincera honestidad del lamento y la disculpa, que no me queda más que agradecer el haberte hoy leído.
Gracias Benito.
Abrazos. En este momento es lo único que sale de mi. Y gracias.